Mohammed Reza Pahlevi fue proclamado sah en septiembre de 1941. Había estudiado en Suiza, lejos de su pueblo y de los vaivenes de palacio, pero la abdicación forzada de su padre lo había obligado a tomar el mando de un país damnificado por la guerra. La relación con su padre marcó profundamente su carácter: era tímido y enfermizo, como si fuera un soldado subordinado acobardado por las órdenes de su rígido, fuerte y despiadado superior. El nuevo monarca se había casado por conveniencia dos años atrás con la princesa Fawzia de Egipto, hija y hermana de reyes, en una pomposa ceremonia en El Cairo. El matrimonio era el máximo exponente del lujo y glamur de la época; sin embargo, la reina nunca encontró su sitio en la corte iraní y el matrimonio se divorció en 1948.

Al terminar la Segunda Guerra Mundial y bajo el reinado del nuevo sah, Irán vivió un florecimiento cultural y político: se abrieron periódicos y radios, se fundaron partidos como la Tudeh, el partido comunista (que fue posteriormente ilegalizado en 1949), y algunos opositores al régimen, encarcelados por el padre del monarca, regresaron a la escena política. Fue el caso de Mohammad Mossadegh, uno de los políticos iraníes más carismáticos del siglo XX, férreo defensor de la unidad nacional, la democracia y la constitución, que volvió al Parlamento tras las primeras elecciones del nuevo reinado.
La guerra también había ocasionado graves daños. A la escasez de alimentos y la profunda depresión económica, se sumó un gran sentimiento de humillación nacional por la invasión aliada. Germinó entre la población una gran antipatía hacia las tropas británicas, rusas y norteamericanas que seguían en Irán. El malestar social se focalizó en un aspecto concreto que centró el debate social y político durante meses: la necesidad de renegociar el reparto de los beneficios de la extracción de petróleo. Gran Bretaña obtenía cerca del doble de ingresos que el propio Irán y, pese a los intentos del monarca para cambiar las condiciones, la postura británica se había mantenido firme en la negativa.

Mossadegh gozaba de un amplio respaldo social. Reclamaba la nacionalización del petróleo y la democratización de las políticas del sah. Gran Bretaña, por su parte, amenazaba con asfixiar económicamente al país si se atrevía a modificar una coma del contrato. Pese a las amenazas británicas, el pueblo respaldaba a Mossadegh así que a principios de 1951 fue designado por el Parlamento como Primer Ministro. Lo que sucedió a continuación nadie lo esperaba, ni Mossadegh, ni Gran Bretaña ni tan siquiera el propio sah.
Bibliografía:
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